martes, 31 de julio de 2012

Del uso de Bach, según Pizarnik

Bach al más alto volumen para cubrir con sus “ejercicios” las voces de innumerables, al parecer, niños que gritan. No sé si están jugando, no lo creo, pero gritan como gente grande, y entonces Bach; mucho Bach, y un gran deseo de ser una maga que con la fuerza de su deseo logra borrar unos cuantos niños (¿o son grandes?) de este mundo imposible gracias a unos cuantos gritos.


viernes, 27 de julio de 2012

Macedonio Fernández y Hobbes, digresiones sobre Rachmaninf

 Asimismo su problema de la correspondencia entre una versión musical y una versión verbal que le ha suscitado nuevamente el interesante Raxhpianinof...
—Rachmaninof, Hobbes. Los "Preludios" expresan tan definidamente la muerte y tan tiernamente visitan de cariño a todos los que callaron y partieron, que desde que los oí sentí el alivio precioso de figurarme que al sonar por primera vez los "Preludios" en la Tierra, quedaron enjugados todos los olvidos de los muertos de parte de los vivientes como un rocío de memoria para todos los yacientes de la muerte.


—¡Qué delicado entusiasmo el suyo!
Yo no concibo sentir la Música así.
—Oh, ciertamente, Rachmaninof, como yo, no creía en la muerte. Pensaba antes que no podia decirse de la Muerte sino lo que dice Schumann en la segunda frase de "Fantasie Tanz", pero creo ahora que eso es pasión contra la muerte, como en Screabini, y no definición y piedad de la Muerte, como en los "Preludios". Aunque "FantasieTanz"...


Por los vericuetos de calles alejadas de Buenos Aires anduvieron esa noche de un día del siglo 17—que contuvo 36 mil y pico de noches— Hobbes y Domínguez, hasta encontrar a Fernández en una casa del barrio en que vivía...



sábado, 21 de julio de 2012

Monográfico Daguerrotipo 10. Apuntes transversales sobre el cine antes de Octubre. Parte 2

Es 1916, el estudio Vitagraph de Nueva York había contratado a Emil Vester para dar una atmósfera auténtica a un melodrama de espías que transcurría en aquel país y titulado Mi mujer Oficial -My official wife-. Blackton, el productor, y según cuenta Jay Leda en su Historia del cine ruso y soviético, decidió no sólo contar con las estrellas Clara Kimball Young y Earle Williams, sino realizar una superproducción con vestidos traídos desde Moscú y rusos verdaderos con sus imponentes barbas.

Entre otras propiedades de ambientación, Vester solicitó algunos nihilistas y preparó su reparto en un café de la Segunda Avenida. Llevó al estudio algunos admirables tipos de nihilistas que cobraban cinco dólares por día para mirar en forma torva en un lugar de reunión subterráneo.


Vester dijo que uno de ellos era León Trotski, cuyo nombre americano: Bronstein, aparecía en el registro del estudio como Brown. Este trabajo debería haber sido una forma no desagradable de aumentar su escaso salario del periódico Ruuski Golos, y se dice que halló tiempo suficiente para interpretar el mismo papel de nuevo en la Vitagrph antes de volver a Rusia. "Me dio tiempo a conocer el ritmo general de vida de esa cosa monstruosa a que llamamos Nueva York. Volví a Europa con la sensación del hombre que sólo ha podido echar una ojeada a la fragua en que se está forjando el destino de la humanidad", contaba Trotsky en su autobiografía.


"Nuev York, la capital fabulosamente prosaica del automatismo capitalista, en cuyas calles reina la teoría estética del cubismo y en cuyos corazones se entroniza la filosofía moral del dólar. Nueva York me impone como la expresión más perfecta del espíritu contemporáneo".

miércoles, 18 de julio de 2012

Andréi Rublev. ANDREI TARKOVSKI, 1966, URSS. Según Roberto Bolaño.


En su memoria esta película está marcada a fuego. Aún hoy la recuerda incluso en
pequeños detalles. En esa época la acababa de ver, así que su narración debió de ser,
por lo menos, vívida. La película cuenta la historia de un monje pintor de iconos en la
Rusia medieval. A través de las palabras de B van desfilando los señores feudales, los
popes, los campesinos, las iglesias quemadas, las envidias, la ignorancia, las fiestas y un
río de noche, las dudas y el tiempo, la certeza del arte, la sangre que es irremediable. Tres
personajes aparecen como figuras centrales, si no en la película, sí en la narración que de
la película rusa hace este chileno en una casa de chilenos, enfrente del sillón de un
chileno suicida frustrado, en una suave tarde de primavera en Barcelona: el primer
personaje es el monje pintor; el segundo personaje es un poeta satírico, en realidad una
especie de beatnik, un goliardo, un tipo pobre y más bien ignorante, un bufón, un Villon
perdido en las inmensidades de Rusia a quien el monje, sin pretenderlo, hace apresar por
los soldados; el tercer personaje es un adolescente, el hijo de un fundidor de campanas,
quien tras una epidemia afirma haber heredado los secretos paternos en aquel difícil arte.
El monje es el artista integral e íntegro. El poeta caminante es un bufón pero en su rostro
se concentra toda la fragilidad y el dolor del mundo. El adolescente fundidor de campanas
es Rimbaud, es decir, es el huérfano.


El final de la película, dilatado como un nacimiento, es el proceso de fundición de la
campana. El señor feudal quiere una campana nueva, pero una plaga ha diezmado a la
población y ha muerto el fundidor. Los hombres del señor feudal van a buscarlo pero sólo
encuentran una casa en ruinas y al único sobreviviente, su hijo. El adolescente los intenta
convencer de que él sabe cómo se hace una campana. Tras algunas dubitaciones, los
esbirros del señor se lo llevan consigo no sin antes advertirle que pagará con su vida si la
campana sale defectuosa.

El monje, que voluntariamente ha dejado de pintar y que se ha impuesto el voto de
silencio, pasa de vez en cuando por el campo en donde los trabajadores están
construyendo la campana. El adolescente a veces lo ve y se burla de él (el adolescente se
burla de todo). Le hace preguntas que el monje no contesta. Se ríe de él. En los
alrededores de la ciudad amurallada, a la par que avanza el proceso de construcción de
la campana va creciendo una especie de romería popular a la sombra de los andamiajes
de los trabajadores. Una tarde, mientras pasa por allí en compañía de otros monjes, el
monje pintor se detiene para escuchar a un poeta, que resulta ser el beatnik al que por su
culpa, hace muchos años, encarcelaron. El poeta lo reconoce y le echa en cara su
pasada acción, y le relata, con palabras brutales y con palabras infantiles, las penalidades
que ha pasado, lo cerca que ha estado, día a día, de la muerte. El monje, fiel a su voto de
silencio, no le contesta, aunque por la forma en que lo mira uno se da cuenta de que lo
asume todo, lo que le toca y lo que no le toca, y le pide perdón. La gente mira al poeta y
al monje y no entiende nada, pero le ruega al poeta que siga contándoles historias, que
deje al monje en paz y que continúe haciéndolos reír. El poeta está llorando, pero cuando
se vuelve a su auditorio recobra el buen humor.


Y así pasan los días. A veces el señor feudal y sus nobles se acercan a la improvisada
fundición para ver los trabajos de la campana. No hablan con el adolescente sino con un
esbirro del señor feudal que sirve de intermediario. También pasa el monje y observa, con
interés creciente, los trabajos. El interés del monje ni el propio monje lo comprende. Por
otra parte, la cuadrilla de artesanos que está a las órdenes del adolescente se preocupa
por éste. Lo alimentan. Bromean con él. Con el trato diario le han cogido afecto. Y por fin
llega el gran día. Levantan la campana. Alrededor del andamiaje de madera desde donde
cuelga y desde donde se la hará tañer por primera vez se reúne todo el mundo. El pueblo
entero ha salido al otro lado de la muralla. El señor feudal y sus nobles e incluso un joven
embajador italiano, al que los rusos le parecen unos salvajes, esperan. Tocan la
campana. El repique es perfecto. Ni la campana se quiebra ni el sonido se apaga. Todos
felicitan al señor feudal, incluso el italiano. El pueblo está de fiesta.


Cuando todo acaba, en lo que antes era una romería y ahora es un gran espacio lleno de
escombros, sólo quedan dos personas junto a la abandonada fundición, el adolescente y
el monje. El adolescente está sentado en el suelo y llora a moco tendido. El monje está de
pie junto a él y lo observa. El adolescente mira al monje y le dice que su padre, ese cerdo
borracho, jamás le enseñó el arte de la construcción de campanas, que prefirió morirse
llevándose el secreto consigo, que él aprendió solo, mirándolo. Y luego sigue llorando.
Entonces el monje se agacha y rompiendo un voto de silencio que había jurado iba a ser
de por vida, le dice: ven conmigo al monasterio, yo volveré a pintar y tú harás campanas
para las iglesias, no llores, más.


Y ahí acaba la película.
Cuando B deja de hablar, U está llorando.”


"Días de 1978". Roberto Bolaño.

viernes, 13 de julio de 2012

Sonidos de Los autonautas de la cosmopista, Parte y5

Y además hay el Schubert de los cuartetos 804 y 887, tocados por los Julliard, y el primer cuarteto de Arnold Schonberg. 



Extracto del manual de los lobos. Protéjale los pies cuando duerme; tal vez le regalará un sueño, o cantará música de Schubert desde el fondo del sueño.

Franz Schubert (Alban Berg). Cuarteto La muerte y la doncella





Pero al final creo que hice bien en cargar tanto la mano con Lutoslavski, porque es lo que más y mejor escucho en estos días. Hay algo en su prodigioso cuarteto de cuerdas, en su Música para 13 instrumentos, que se adecúa admirablemente a la atmósfera sonora de los paraderos donde el rumor de la autopista es un mero fondo para pájaros, insectos, ramas quebradas, todo eso que también alienta en la textura de esa música aunque no lo crean los musicólogos.


Witold Lutoslawski. Preludio y fuga para 13 instrumentos




Ah, y además tengo a Susana Rinaldi cantando como nadie a Cátulo Castillo y a Homero Manzi.


Susana Rinaldi. A Cátulo Castillo

miércoles, 11 de julio de 2012

Sonidos de Los autonautas de la cosmopista. Parte 4

Nunca sabré cómo traje tres cassettes de Fats Waller y solamente una de Ellington y una de Armstrong. 

Fats Waller. Lulu's back in town



Duke Ellington y Louis Armstrong. I´m just lucky so an so




No estoy haciendo juicios de valor, pero me divierte encontrar una hora de música de Charlie Mingus y otra de Jelly Roll Morton contra apenas diez minutos de Lester Young.


Jelly Roll Morton. Grandpa's spells





Charles Mingus. Goodbye pork pie hat (Requiem para Lester Young)





Creo que esa mañana estaba medio dormido, aunque menos mal que me acordé de elegir lo mejor de Bix y Trum, que suena tan nítido, tan recortadamente perfecto en las noches de los paraderos. 


Bix Beiderbecke. In a mist




lunes, 9 de julio de 2012

Sonidos de los Autonautas de la cosmopista. Parte 3

Uno de los fines de jornada que más se repiten es que después de la cena la Osita se instala en el asiento trasero de Fafner, usándolo como cama, y luego de encender la lámpara de butagás se pone a leer con gran empecinamiento cosas tales como el diario de Virginia Woolf, mientras yo me paso a los asientos de pilotaje y allí enciendo el transistor, conecto los audífonos, y armado de numerosas cassettes me ofrezco un concierto que es siempre como un resumen de mí mismo, o sea algo heteróclito, absurdo, contradictorio, ilógico, en otras palabras la música tal como siempre la he entendido y querido, para escándalo de mis amigos los melómanos serios.

Casi al final de la expedición me pregunto por las razones que dictaron mi selección de las cassettes. Está muy bien, pero no siempre entiendo por qué. La hice apresuradamente, y eso explica acaso que haya tres obras de Lutoslavski y ninguna de Boulez, tres cassettes de Billie Holiday y nada de Ella Fitzgerald o de Helen Humes. 

Witold Lutoslawski. Concierto para orquesta I. Intrada.




Billie Holiday. My man



No importa, hay más que suficiente para el viaje. Tangos, por ejemplo, Carlos Gardel con una selección que incluye Malevaje y Mi noche triste (en la buena versión, ojo), Ángel Vargas, Pugliese, Julio de Caro, y una selección de los clásicos más canyengues que me regaló el Tata Cedón y donde están Rosita Quiroga, Corsini, Magaldi, Charlo... 


Carlos Gardel. Malevaje




Julio de caro. Mi dolor




Rosita Quiroga. A media luz




Tengo también una entera cassette con la voz de Eladia Blázquez cantando sus canciones que en estos días, al final de esta imbécil y siniestra guerra de las Malvinas, parecen todavía más verdaderas: Somos como somos, Patente de piola, Vamos en montón... Pero también están ahí, y tambien son tan ciertos para mí, El corazón al sur, y Por qué amo a Buenos Aires.


Eladia Blázquez. Porque te amo Buenos Aires

domingo, 8 de julio de 2012

Circunvalaciones alrededor de Caetano Veloso de Julio Cortázar

-Nada -dijo Andrés-. Como canta Cateano Veloso en ese disco que nos hizo oír Heredia, yo no tengo nada, yo no soy de aquí. Ni siquiera puedo darte a Irene, como en la canción.


LIBRO DE MANUEL. Julio Cortázar

viernes, 6 de julio de 2012

Sonidos de Los autonautas de la cosmopista. Parte 2

Una breve frase musical empieza a abrirse paso en el torbellino, semejante al ruiseñor cuando al caer la noche ensaya sus escalas antes de lanzarse de todo corazón en su canto. Dos, tres notas cuya gravedad parece nacer de lo grandioso del paisaje. Un compás, otro, y es ese cuarteto de Schubert que no se parece a ningún otro, y olvidando lo que había venido a buscar entro en Fafner donde sé que tenemos la cassette con ese mismo cuarteto y sobre la que me lanzo frecuentemente con una especie de ineluctable violencia en momentos que no podría definir y ni siquiera relacionar entre ellos, y así en menos tiempo del que tardo en decirlo estoy instalada en el asiento trasero, unida al lector de cassettes por el cable de los audífonos como una criatura extraterrestre. Empiezan los primeros compases, dolientes y graves, como debió comenzar alguna vez el mundo, una música-dolor como el paisaje que me rodea, del que soy parte, violín y violoncelo, los graves se interrumpen como una herida que el agudo inesperado cura, y entonces es la lenta, tan lenta, maravillosa fusión del todo, la armonía buscándose, acaparando en torno las montañas y hasta los turistas que empiezan a llegar. Los veo. Pero no desde el cuerpo, no con estos ojos que acaso les han sonreído. No, los veo desde allí donde escucho y que no se puede decir, desde el corazón de los instrumentos de cuerda, desde el interior de un músico desaparecido hace ya tanto tiempo y sin embargo ahí, flotando y sumergiéndose por encima de la montaña, sin muro ni ventana ni ciudad ni casa en torno a él, toco el corazón, nacimiento y expansión de la música como de la vista: en cada dedo de músico guiando los arcos como otros tantos amantes, cada pie manteniendo el delicado equilibrio del instrumento, cada mentón descansando en su almohadilla sin imprimir su traza: cada nota, esas cosas que no existen y que sin embargo, en momentos como éste, son toda la creación y la finalidad del mundo, estoy ahí, tan grande como todas esas montañas en torno, indiferenciada de las canteras más profundas, unida a todos los movimientos que de ese todo, el tiempo de la cassette, sólo hacen uno, y ni los alemanes que se acercan al auto para tratar de ver si no estoy grabando alguna cosa, ni la familia que se detiene, asombrada, para mirarme fijamente con ojos incrédulos, pueden romper ese círculo perfecto.
Rossignol, parking panorámico, ¿cantan ahora tus pájaros, para aquellos que saben escucharlos, ese hermoso tema de Schubert que transformó un paradero en principio y fin del mundo?


Franz Schubert. Cuarteto 887


Recuento de observaciones científicas que lleva al lobo…



Glenn Gould. Variaciones Goldberg




En ese instante de contacto, de perfecta empatía, me invade el recuerdo del poema
sinfónico de Vaughan Williams, The Lark Ascending. No puedo escucharlo aquí, por las
mismas razones que no puedo leer a Shakespeare, y me es imposible comparar su línea
melódica con la que ahora baja del cielo, pero su título me confirma que la alondra canta
mientras sube, que asciende llevada por su propia música como creo que ningún otro
pájaro.


Vaughan Williams. The Lark Ascending





Ludwig van Beethoven. Moonlight sonata


Oh misterio. Se diría que no es el mismo pero da igual, como canta el cubano Silvio Rodríguez: en plena expedición, el azar que es el método preferido de los cronopios aprueba ex post facto una iniciativa cultural que nosotros emprendimos de facto, qué joder, puesto que los malvados burócratas no nos daban corte.


Silvio Rodríguez. Pequeña serenata diurna

miércoles, 4 de julio de 2012

Sonidos de Los Autonautas de la cosmopista. Parte 1

Y así, cada tanto dejo de trabajar y me voy por las calles, entro en un bar, miro lo que ocurre en la ciudad, dialogo con el viejo que me vende salchichas para el almuerzo porque el dragón, ya es tiempo de presentarlo, es una especie de casa rodante o caracol que mis obstinadas predilecciones wagnerianas han definido como dragón, y no solamente un dragón cualquiera sino fafner, el guardián del tesoro de los Nibelungos, que según la leyenda y Wagner habrá sido tonto y perverso, pero que siempre me inspiró una simpatía secreta aunque más no fuera por estar condenado a morir a manos de Sigfrido y esas cosas yo no se las perdono a los héroes, como hace treinta años no le perdoné a Teseo que matara al Minotauro.

Richard Wagner. De Sigfried (Los Nibelungos)



…la máquina de escribir, libros, vino tinto, latas de sopa y vasos de papel, pantalón de baño por si se da, una lámpara de butano y un calentador gracias al cual una lata de conservas se convierte en almuerzo o cena mientras se escucha a Vivaldi o se escriben esta carillas.

Antonio Vivaldi. Primavera (parte 2)



Así como hoy, y los otros 32 hoy que nos faltan, no-se-puede-salir-de-la-autopista.
Oh sí, era un buen signo, me ha hecho bien encontrármelo como envuelto en el perfume del arbusto de flores blancas. Gerontología de verdad, sentir de nuevo “que veinte años no es nada”, y muchos más de veinte, compadre.

Carlos Gardel. Volver



No soy malo, creo, pero nunca me niego a una venganza justa, aunque sea sólo mental. Pienso que es posible proyectar un deseo y que de alguna manera se cumpla. Deseé minuciosamente que el autor de la boram se estrellara en cualquier lugar de la autopista, que su auto quedara como el bandoneón de Juan José Mosalini cuando lo arquea en el último acorde bien canyengue de un tango, y que el conductor no sufriera ninguna herida importante.


Astor Piazzola, Juan José Masolini. Lo que vendrá.


Cuando usted lea esta página, las noticias de esta tarde serán ya un mero gajito en la inmensa naranja del tiempo, cosas y cosas habrán sucedido y, como cantaba Jean Sablon en los viejos tiempos,
Tout passe, tout casse, tout lasse,
Un autre aura ma place…
Otra guerra arderá en otros horizontes, etcétera.


Jean Sablon. Je tire ma révérence.

lunes, 2 de julio de 2012

Blow-up. MICHELANGELO ANTONIONI, 1966, Italia. Según Julio Cortázar (2)

Hacía uno de esos calores y para peor todo empezaba enseguida, conferencia de prensa con lo de siempre, ¿por qué no vivís en tu patria, qué pasó que Blow-Up era tan distinto de tu cuento, te parece que el escritor tiene que estar comprometido? A esta altura de las cosas ya sé que la última entrevista me la harán en las puertas del infierno y seguro que serán las mismas preguntas, y si por caso es chez San Pedro la cosa no va a cambiar, ¿a usted no le parece que allá abajo escribía demasiado hermético para el pueblo?


Apocalipsis de Solentiname. JULIO CORTÁZAR