Acogida... Acrílico sobre tabla entelada. 24cmX19cm. 2010
sábado, 31 de marzo de 2012
jueves, 29 de marzo de 2012
Sonidos de Rayuela. Capítulos 57, 70 y 147
Franz Liszt. Sueño de amor.
Cuando
te despertás, con los restos de un paraíso entrevisto en sueños, y que ahora te
cuelgan como el pelo de un ahogado: una náusea terrible, ansiedad, sentimiento
de lo precario, lo falso, sobre todo lo inútil.
¿Por qué tan lejos de los dioses? Quizás por
preguntarlo. (…) El día en que verdaderamente sepamos preguntar habrá dialogo.
(…) Hay que abrir de par en par las ventanas y tirar todo a la calle, pero
sobre todo hay que tirar también la ventana, y nosotros con ella.
Sonidos de Rayuela. Capítulos 107, 113 y 30
Gustav Mahler. Kindertotenlieder I
La mejor cualidad de mis
antepasados es la de estar muertos; espero modesta pero orgullosamente el
momento de heredarla.
Pequeño
ataúd, caja de cigarros, Caronte soplará apenas y cruzarás el charco
balanceándote como una cuna. La barca es para adultos solamente. Damas y niños
gratis, un empujón y ya del otro lado. Una muerte mexicana, calavera de azúcar;
Totenkinder lieder... (…) Una rayuela en la acera:
tiza roja, tiza verde. CIEL. La vereda, allá en Burzaco, la piedrita tan
amorosamente elegida, el breve empujón con la punta del zapato, despacio,
despacio, aunque el Cielo esté cerca, toda la vida por delante.
Sonidos de Rayuela. Capítulo 29
1.
Anibal Troilo (Edmundo Rivero). Mi noche triste.
Oliveira
abrió el cajón de la mesa de luz y sacó la yerba y el mate. Empezó a cebar
despacio, mirando a un lado y a otro. La letra de Mi noche triste le bailaba en la cabeza. Calculó con los dedos. Jueves, viernes,
sábado. No. Lunes, martes, miércoles. No, el martes a la noche, Berthe Trépat, me
amuraste / en lo mejor de la vida, miércoles (una
borrachera como pocas veces. N.B. no mezclar vodka y vino tinto), dejándome
el alma herida / y espinas en el corazón,
jueves, viernes, Ronald en un auto prestado, visita a Guy Monod como un guante
dado vuelta, litros y litros de vómitos verdes, fuera de peligro, sabiendo
que te quería / que vos eras mi alegría / mi esperanza y mi ilusión, sábado, ¿adónde, adónde?
Oliveira
miró el diario y se cebó otro mate. Lucca, Montevideo, la guitarra en el
ropero / para siempre está colgada... Y cuando se mete
todo en la valija y se hacen paquetes, uno puede deducir que (ojo: no toda
deducción es una prueba), nadie en ella toca nada / ni hace sus cuerdas
sonar. Ni hace sus cuerdas sonar.
2.
Julio de Caro. Quejas de Bandoneón.
Sos
dostoievskianamente asqueroso y simpático a la vez, una especie de lameculos
metafísico. Cuando te sonreís así uno comprende que no hay nada que hacer…
Vamos
a hacer café, a esta hora se siente la noche aunque no se la vea.
martes, 27 de marzo de 2012
Sonidos de Rayuela. Capítulos 85, 150, 95 y 146
Edgard Varese. Octandre for Flute, Clarinet, Oboe, Horn,
Bassoon, Trumpet, Trombone and Double Bass.
Las
vidas que terminan como los artículos literarios de periódicos y revistas, tan
fastuosos en la primera plana y rematando en una cola desvaída, allá por la
página treinta y dos, entre avisos de remate y tubos de dentífrico…
Estimado Señor: ¿Ha señalado
alguno de sus lectores la escasez de mariposas este año?
Sonidos de Rayuela. Capítulo 154
Stravinski.
Symphonies of Wind Instruments.
…y
en mitad de la alegría sentirse triste y sucio, con la piel cansada y los ojos
legañosos, oliendo a noche sin sueño, a ausencia culpable, a falta de distancia
para comprender si había hecho bien todo lo que había estado haciendo o no
haciendo esos días, oyendo el hipo de la Maga, los golpes en el techo,
aguantando la lluvia helada en la cara, el amanecer sobre el Pont Marie, los
eructos agrios de un vino mezclado con caña y con vodka y con más vino, la
sensación de llevar en el bolsillo una mano que no era suya, una mano de
Rocamadour, un pedazo de noche chorreando baba, mojándole los muslos, la
alegría tan tarde o a lo mejor demasiado pronto, todavía inmerecida, pero
entonces, tal vez, vielleicht, maybe, forse, peut-être, ah mierda, mierda,
hasta mañana maestro, mierda mierda infinitamente mierda, sí, a la hora de
visita, interminable obstinación de la mierda por la cara y por el mundo, mundo
de mierda, le traeremos fruta, archimierda de contramierda, supermierda de
inframierda, remierda de recontramierda, dans cet hôpital Laennec découvrit
l´auscultation: a lo mejor todavía...
lunes, 26 de marzo de 2012
Blow-up. MICHELANGELO ANTONIONI, 1966, Italia. Según Julio Cortázar
Hablando de paraísos, no sé por qué me acuerdo
intensamente de Vanessa Redgrave y de que usted me pide una opinión sobre los
cambios que introdujo Michelangelo Antonioni en Las babas del diablo para
Ilegar a Blow-up.
Este tema no tiene la menor importancia en sí, pero vale como
una oportunidad para defender a Antonioni de algunas acusaciones injustas,
aunque el tiempo transcurrido le dé a la defensa ese aire más bien lúgubre de
las rehabilitaciones que suelen practicarse en la URSS. Cualquiera que nos conozca
un poco sabe que tanto Antonioni como yo tendemos resueltamente a la mufa,
razón por la cual nuestras relaciones amistosas consistieron en vernos lo menos
posible para no hacernos perder recíprocamente el tiempo, delicadeza que ni el
ni yo solemos encontrar en quienes nos rodean. Antonioni empezó por escribirme
una carta que yo tomé por una broma de algún amigo chistoso, hasta advertir que
estaba redactada en un idioma que aspiraba a pasar por francés, prueba
irrebatible de autenticidad. Me enteré así de que acababa de comprar por
casualidad mis cuentos traducidos al italiano, y que en Las babas del diablo
había encontrado una idea que andaba persiguiendo desde hacia años; seguía una
invitación para conocernos en Roma.
Allí hablamos francamente; a Antonioni le
interesaba la idea central del cuento, pero sus derivaciones fantásticas le
eran indiferentes (incluso no había entendido muy bien el final) y quería hacer
su propio cine, internarse una vez más en el mundo que le es natural. Comprendí
que el resultado seria la obra de un gran cineasta, pero que poco tenía yo que
hacer en la adaptación y los diálogos, aunque la cortesía llevara a Antonioni a
proponerme una colaboración a nivel de rodaje; le cedí el cuento sabiendo que
en sus manos le acontecería lo que dice Ariel del ahogado en La
tempestad:
Nothing of him that doth fade
But doth suffer a sea-change
Into
something rich and strange.
Así fue, y es justo dejar en claro que Antonioni
tuvo la más amplia libertad para apartarse de mi relato y buscar sus propios
fantasmas; buscándolos se encontró con algunos míos, porque mis cuentos son más
pegajosos de lo que parecen, y el primero que lo sintió y lo dijo fue Vargas
Llosa y creo que tenía razón. Vi la película mucho después de su estreno en
Europa, una tarde de lluvia en Amsterdam pagué mi entrada como cualquiera de
los holandeses allí congregados y en algún momento, en el rumor del follaje
cuando la cámara sube hacia el cielo del parque y se ve temblar las hojas,
sentí que Antonioni me guiñaba un ojo y que nos encontrábamos por encima o por
debajo de las diferencias; cosas así son la alegría de los cronopios, y el
resto no tiene la menor importancia.
"Papeles inesperados". Julio Cortázar.
Más Antonionis:
Sonidos de Rayuela. Capítulo 112
Pierre Boulez. Le Marteau Sans Maitre.
En suma, lo que me repele en
“emprendió el descenso” es el uso decorativo de un verbo y un sustantivo que no
empleamos casi nunca en el habla corriente; en suma, me repele el lenguaje
literario (en mi obra, se entiende) ¿Por qué?
Sonidos de Rayuela. Capítulo 122
Erroll Garner. How high the Moon.
Y ya que estamos, ahí hay una
enfermera que empieza a preguntarse si somos un sueño o un par de vagos. ¿Qué
va a pasar? Si viene a echarnos, ¿es una enfermera que nos echa o un sueño que
echa a dos filósofos que están soñando con un hospital donde entre otras cosas
hay un viejo y una mariposa enfurecida?
Sonidos de Rayuela. Capítulo 145
Sufjans
Stevens. Riffs and variations on a single note for the kings of swing, 21.
Y,
por Dios —no vaciló en confesarlo— yo deseo esquivarme tanto de vuestro Arte,
señores, como de vosotros mismos, pues no puedo soportaros junto con aquel
Arte, con vuestras concepciones, vuestra actitud artística y con todo vuestro
medio artístico!
domingo, 25 de marzo de 2012
Sonidos de Rayuela. Capítulo 123
Serguei
Rachmaninov. Clara Rockmore, Theremin. Vocalise.
Respirando
con esfuerzo murmuró: «Maga», murmuró «París», quizá murmuró: «Hoy.» Sonaba
todavía a lejano, a hueco, a realmente no vivido. Se volvió a dormir como quien
busca su lugar y su casa después de un largo camino bajo el agua y el frío.
sábado, 24 de marzo de 2012
Sonidos de Rayuela. Capítulo 155
1.
Clark
Terry. No problem.
Es
increíble, de un pantalón puede salir cualquier cosa, pelusas, relojes,
recortes, aspirinas carcomidas; en una de esas metés la mano para sacar el
pañuelo y por la cola sacas una rata muerta, son cosas perfectamente posibles.
Al
llegar al Chien qui fume se tomaron dos vinos
blancos, discutiendo los sueños y la pintura como posibles recursos contra la
OTAN y otros incordios del momento.
2. Carlos Gardel. Milonguita.
3.
Hugo del Carril y Sabina Olmos. La payanca.
Había
un hueco entre el piano y la pared, y yo me escondía ahí para hacerme la paja.
Mi tía tocaba Milonguita o Flores negras, algo
tan triste, me ayudaba en mis sueños de muerte y sacrificio. La primera vez que
salpiqué el parquet fue horrible, pensé que la mancha no iba a salir. Ni
siquiera tenía un pañuelo. Me saqué rápido una media y froté como un loco. Mi
tía tocaba La Payanca, si querés te lo silbo, es
de una tristeza...
4.
Hugo
Wolf. Cuarteto de cuerda en Re menor. Scherzo.
La
Maga tiene a Ossip, tiene distracciones, Hugo Wolf, esas cosas. En el fondo la
Maga tiene una vida personal, aunque me haya llevado tiempo darme cuenta. En
cambio yo estoy vacío, una libertad enorme para soñar y andar por ahí, todos
los juguetes rotos, ningún problema.
viernes, 23 de marzo de 2012
Sonidos de Rayuela. Capítulos 76, 101, 144, 92, 103, 108 y 64
Alban Berg. Violin
concerto To the memory of an Angel.
Oliveira
estaba todavía en las manos, como siempre le atraían las manos de las mujeres,
sentía la necesidad de tocarlas, de pasear sus dedos por cada falange, explorar
con un movimiento como de kinesiólogo japonés la ruta imperceptible de las
venas, enterarse de la condición de las uñas, sospechar quirománticamente
líneas nefastas y montes propicios, oír el fragor de la luna apoyando contra su
oreja la palma de una pequeña mano un poco húmeda por el amor o por una taza de
té.
…lo
único consolador a esa hora era el silencio, quedarse así uno contra otro,
oyéndose respirar, viajando de cuando en cuando con un pie o una mano hasta el
otro cuerpo, emprendiendo blandos itinerarios sin consecuencias, restos de
caricias perdidas en la cama, en el aire, espectros de besos, menudas larvas de
perfumes o de costumbre.
Qué
silencio tu piel, qué abismos donde ruedan dados de esmeralda, cínifes y
fénices y cráteres...
—París
es gratis —citó la Maga—. Vos lo dijiste el día que nos conocimos. Ir a ver la
clocharde es gratis, hacer el amor es gratis, decirte que sos malo es gratis,
no quererte... ¿Por qué te acostaste con Pola?
jueves, 22 de marzo de 2012
Sonidos de Rayuela. Capítulo 100
Art Blakey
& Clifford Brown & Horace Silver. Confirmation.
Sonidos de Rayuela. Capítulo 143
Igor Stravinski. Tango
For Piano.
Por
la mañana, obstinados todavía en la duermevela que el chirrido horripilante del
despertador no alcanzaba a cambiarles por la filosa vigilia, se contaban
fielmente los sueños de la noche. Cabeza contra cabeza, acariciándose,
confundiendo las piernas y las manos, se esforzaban por traducir con palabras
del mundo de fuera todo lo que habían vivido en las horas de tiniebla.
No
tenía ninguna fe en que ocurriera lo que deseaba, y sabía que sin fe no
ocurriría. Sabía que sin fe no ocurre nada de lo que debería ocurrir, y con fe
casi siempre tampoco.
Sonidos de Rayuela. Capítulos 130, 151 y 152
Erik Satie.Gnossienne N°1.
Por
mi parte, si bien he suprimido en mi casa cualquier superficie de reflexión,
cuando, a pesar de todo, el vidrio inevitable de una ventana se empeña en
devolverme mi reflejo, veo en él a alguien que se me parece. ¡Sí, que se me
parece mucho, lo reconozco! ¡Pero no se vaya a pretender que soy yo! ¡Vamos!
Todo es falso aquí. Cuando me hayan devuelto mi
casa y mi vida, entonces encontraré mi verdadero
rostro.
martes, 20 de marzo de 2012
Sonidos de Rayuela. Capítulo 28
1.
Fats
Waller & Art Tatum. Honeysckle Rose.
2. Arnold Schoenberg. Fantasy For Violin And Piano
Accompaniment, Op 47.
Había
una caja como de zapatos y la Maga de rodillas puso el disco tanteando en la
oscuridad y la caja de zapatos zumbó levemente, un lejano acorde se instaló en
el aire al alcance de las manos. Gregorovius empezó a llenar la pipa, todavía
un poco escandalizado. No le gustaba Schoenberg pero era otra cosa, la hora, el
chico enfermo, una especie de transgresión. Eso, una transgresión. Idiota, por
lo demás.
De
cuando en cuando se oía un ligero ronquido de Rocamadour, pero Gregorovius se
fue perdiendo en la música, descubrió que podía ceder y dejarse llevar sin
protesta, delegar por un rato en un vienés muerto y enterrado.
3.
Mario del Monaco & Orquesta. Core ingrato.
Que
rompa el techo. Le voy a poner un disco de Mario del Monaco para que aprenda,
lástima que no tengo ninguno. El cretino, bestia de porquería.
4. Johannes Brahms. Sonata Op 34b In F For 2 Pianos.
-Ahora
podremos escuchar lo que nos dé la gana -dijo la Maga. -Por ejemplo, una sonata
de Brahms. Qué maravilla, se ha cansado de golpear. Espere que encuentre el
disco, debe andar por aquí. No se ve nada.
5.
Arnold Schoenberg. Three piano pieces Nº1
-Demasiado
cine -dijo Oliveira-. Pero este mate es como un indulto, che, algo
increíblemente conciliatorio. Madre mía, cuánta agua en los zapatos. Mirá, un
mate es como un punto y aparte. Uno lo toma y después se puede empezar un nuevo
párrafo.
6.
Richard Wagner. El crepúsculo de los dioses, La muerte de
Sigfrido y Marcha Fúnebre
Se
oía llover en la ventana. "Schoenberg y Brahms", pensó Oliveira,
sacando un Gauloise. "No está mal, por lo común en estas circunstancias
sale a relucir Chopin o la Todesmusik para Sigfrido”.
Y en
alguna parte de la casa, probablemente en el tercer piso, estaba sonando un
teléfono. A esa hora, en París, cosa extraordinaria. "Otro muerto",
pensó Oliveira. "No se llama por otra cosa en esta ciudad respetuosa del
sueño".
Un
negativo. La inversión total... Lo más probable es que él esté vivo y todos
nosotros muertos. Proposición más modesta: nos ha matado porque somos culpables
de su muerte. Culpables, es decir fautores de un estado de cosas...
7.
Fritz Kreisler. Liebesleid.
-Yo
adopté un aire virtuoso, y al pasar a su lado alcé la mano y le dije:
"Madame, la muerte es siempre respetable. Este joven se ha suicidado por
penas de amor de Kreisler". Se quedó dura, créanme, me miraba con unos
ojos que parecían huevos duros.
8.
Jelly Roll Morton. Big Lip Blues. (Wynton Marsalis)
Ronald,
sentado a lo sastre, canturreaba Big Lip Blues
pensando en Jelly Roll que era su muerto preferido.
9. Thelonious Monk. I Surrender, Dear.
-¿Y
vos te conformás con que no haya una explicación?
-No
-dijo Etienne-, pero al mismo tiempo hago cosas que me quitan un poco el mal
gusto del vacío. Y ésa es en el fondo la mejor definición del homo sapiens.
-No
es una definición sino un consuelo -dijo Gregorovius, suspirando-. En realidad
nosotros somos como las comedias cuando uno llega al teatro en el segundo acto.
Todo es muy bonito pero no se entiende nada.
Pero
hay tantas otras cosas absurdas, Horacio, tantas muertes o errores... No es una
cuestión de número, supongo. No es un absurdo total como creés vos.
-El
absurdo es que no parezca un absurdo -dijo sibilinamente Oliveira-. El absurdo
es que salgas por la mañana a la puerta y encuentres la botella de leche en el
umbral y te quedes tan tranquilo porque ayer te pasó lo mismo y mañana te
volverá a pasar.
10.
Karlheinz Stockhausen. Takt 121-131.
-En
el fondo -dijo Ronald- lo que a vos te molesta es la legalidad en todas sus
formas. En cuanto una cosa empieza a funcionar bien te sentís encarcelado. Pero
todos nosotros somos un poco así, una banda de lo que llaman fracasados porque
no tenemos una carrera hecha, títulos y el resto. Por eso estamos en París,
hermano, y tu famoso absurdo se reduce al fin y al cabo a una especie de vago
ideal anárquico que no alcanzás a concretar.
¿Qué
he hecho esta noche? Ligeramente monstruoso, a priori. Quizá se podría haber
ensayado el balón de oxígeno, algo así. Idiota, en realidad; le hubiéramos
prolongado la vida a lo monsieur Valdemar.
Sonidos de Rayuela. Capítulo 27
Sidney Bechet. Si tu vois ma mère.
París es un gran amor a ciegas,
todos estamos perdidamente enamorados pero hay algo verde, una especie de
musgo, qué sé yo.
-
Hay que ser justos- dijo la Maga-. Pola es muy hermosa, lo sé por los ojos con
que me miraba Horacio cuando volvía de estar con ella, volvía como un fósforo
cuando se lo prende y le crece de golpe todo el pelo, apenas dura un segundo,
pero es maravilloso, una especie de chirrido, un olor a fósforo muy fuerte y
esa llama enorme que después se estropea. Él volvía así y era porque Pola lo
llenaba de hermosura.
Sonidos de Rayuela. Capítulo 109
Edgar Varèse.
Hyperprism.
Sin tener que inventar los
puentes, o coser los diferentes pedazos del tapiz, que de golpe hubiera ciudad,
hubiera tapiz, hubiera hombres y mujeres en la perspectiva absoluta de su
devenir…
lunes, 19 de marzo de 2012
Sonidos de Rayuela. Capítulo 26
Kenny Clarke.
Wintersong.
En el fondo, dijo Gregorovius-,
París es una enorme metáfora.
Sonidos de Rayuela. Capítulo 60
Jelly Roll Morton. Jungle Blues.
Sonidos de Rayuela. Capítulo 141
Alban Berg. Wozzeck. Interlude
Así avanzaban por las páginas, maldiciendo y
fascinados, y la Maga terminaba siempre por enroscarse como un gato en un
sillón, cansada de incertidumbres, mirando cómo amanecía sobre los techos de
pizarra.
sábado, 17 de marzo de 2012
Sonidos de Rayuela. Capítulo 25
1.
Leo Ferré. Mon
petit Voyou.
Pero
era inútil, se callaría un momento esperando que ella dijese algo, y acabaría
por preguntar, todos tenían siempre algo que preguntarle, era como si les
molestara que ella prefiriese cantar Mon p’tit voyou o hacer dibujitos con fósforos usados o acariciar los gatos más roñosos
de la rue du Sommerard, o darle la mamadera a Rocamadour.
-Alors,
mon p’tit voyou –canturreó la Maga -, la vie,
qu’est-ce qu’on s’en fout...
2.
Johnnie Temple.
Skin and bones woman.
jueves, 15 de marzo de 2012
Sonidos de Rayuela. Capítulo 134
Haydn - Horn
Concerto No. 1 in D I. Allegro.
Sonidos de Rayuela. Capítulo 24
1.
Lia
Origoni (Léo Fèrré). Les amoureux du Havre.
Si
no tiene inconveniente, en ese caso yo me quedaría con esta pieza. Me gusta,
tiene fluido. Aquí se puede pensar, se está bien.
-No
crea-dijo la Maga. A eso de las siete la muchacha de abajo empieza a cantar Les
Amants du Havre. Es una linda canción, pero a la
larga...
Puisque
la terre est ronde, Mon amour t’en fais pas, Mon amour t’en fais pas.
-Bonito-
dijo Gregorovius indiferente.
2.
Lester Young. Tea For Two.
-¿Horacio no va a volver?
-No.
Horacio se va a ir por ahí, buscando cosas.
Sonidos de Rayuela. Capítulos 124 y 128
Anton
Von Webern. Cantata No 2, Op 31.
Pero había quedado casi sin palabras, sin
gente, sin cosas y potencialmente, claro, sin lectores. El Club suspiraba,
entre deprimido y exasperado, y era siempre la misma cosa o casi.
miércoles, 14 de marzo de 2012
Sonidos de Rayuela. Capítulo 23
1. Bix Beiderbecke & Paul Whiteman. Sugar.
Oliveira
se había puesto a mirar lo que ocurría en torno y que como cualquier esquina de
cualquier ciudad era la ilustración perfecta de lo que estaba pensando y casi
le evitaba el trabajo. En el café, protegidos del frío (iba a ser cosa de
entrar y beberse un vaso de vino), un grupo de albañiles charlaba con el patrón
del mostrador. Dos estudiantes leían y escribían en una mesa, y Oliveira los
veía alzar la vista y mirar hacia el grupo de los albañiles, volver al libro o
al cuaderno, mirar de nuevo. De una caja de cristal a otra, mirarse, aislarse,
mirarse: eso era todo.
2.
Anton Von Webern. Variations For Orchestra, Op 30.
Recién entonces Oliveira se acordó de que le habían dado un programa.
Era una hoja mal mimeografiada en la que con algún trabajo podía descifrarse
que madame Berthe Trépat, medalla de oro, tocaría los "Tres movimientos
discontinuos" de Rose Bob (primera audición), la "Pavana para el
General leclerc", de Alix Alix (primera audición civil), y la
"Síntesis Délibes-Saint-Saëns", de Délibes, Saint-Saëns y Berthe
Trépat.
"Joder", pensó Oliveira. "Joder con el programa".
Empezaron
a sonar los treinta y dos acordes del primer movimiento discontinuo. Entre el
primero y el segundo transcurrieron cinco segundos, entre el segundo y el
tercero, quince segundos. Al llegar al decimoquinto acorde, Rose Bob había
decretado una pausa de veinticinco segundos. Oliveira, que en un primer momento
había apreciado el buen uso weberniano que hacía Rose Bob de los silencios,
notó que la reincidencia lo degradaba rápidamente. Entre los acordes 7 y 8
restallaron toses, entre el 12 y el 13 alguien raspó enérgicamente un fósforo,
entre el 14 y el 15 pudo oírse distintamente la expresión "¡Ah, merde
alors!" proferida por una jovencita rubia. Hacia el vigésimo acorde, una
de las damas más vetustas, verdadero pickle virginal, empuñó enérgicamente el
paraguas y abrió la boca para decir algo que el acorde 21 aplastó
misericordiosamente. Divertido, Oliveira miraba a Berthe Trépat sospechando que
la pianista los estudiaba con eso que llamaban el rabillo del ojo. Por ese
rabillo el mínimo perfil ganchudo de Berthe Trépat dejaba filtrar una mirada
gris celeste, y a Oliveira se le ocurrió que a lo mejor la desventurada se
había puesto a hacer la cuenta de las entradas vendidas. En el acorde 23 un
señor de rotunda calva se enderezó indignado, y después de bufar y soplar salió
de la sala clavando cada taco en el silencio de ocho segundos confeccionado por
Rose Bob. A partir del acorde 24 las pausas empezaron a disminuir, y del 28 al
32 se estableció un ritmo como de marcha fúnebre que no dejaba de tener lo
suyo. Berthe Trépat Sacó los zapatos de los pedales, puso la mano izquierda
sobre el regazo, y emprendió el segundo movimiento. Este movimiento duraba
solamente cuatro compases, cada uno de ellos con tres notas de igual valor. El
tercer movimiento consistía principalmente en salir de los registros extremos
del teclado y avanzar cromáticamente hacia el centro, repitiendo la operación
de dentro hacia afuera, todo eso en medio de continuos tresillos y otros
adornos. En un momento dado, que nada permitía prever, la pianista dejó de
tocar y se enderezó bruscamente, saludando con un aire casi desafiante pero en
el que a Oliveira le pareció discernir algo como inseguridad y hasta miedo. Una
pareja aplaudió rabiosamente, Oliveira se encontró aplaudiendo a su vez sin
saber por qué (y cuando supo por qué le dio rabia y dejó de aplaudir).
3.
Franz
Liszt. La campanella.
4.
Serguei
Rachmaninov. Rapsodia en un tema de Paganini.
Mezcla
de Liszt y Rachmaninov, la Pavana repetía incansable dos o tres temas para
perderse luego en infinitas variaciones, trozos de bravura (bastante mal
tocados, con agujeros y zurcidos por todas partes) y solemnidades de catafalco
sobre cureña, rotas por bruscas pirotecnias a las que el misterioso Alix Alix
se entregaba con deleite.
5.
Richard
Strauss. Don Juan. Opus 20.
Vinieron
los arpegios orgiásticos que anunciaban el final, se repitieron sucesivamente
los tres temas (uno de los cuales salía clavado del Don Juan de Strauss), y
Berthe Trépat descargó una lluvia de acordes cada vez más intensos rematados
por una histérica cita del primer tema y dos acordes en las notas más graves,
el último de los cuales sonó marcadamente a falso por el lado de la mano
derecha, pero eran cosas que podían ocurrirle a cualquiera y Oliveira aplaudió
con calor, realmente divertido.
6.
Leo
Délibes. Les filles de Cadix.
7.
Camille
Saint-Saens. El carnaval de los animales 7.
8.
Leo
Délibes. Nocturno. Coppelia.
9.
Camille Saint-Saens. Danza macabra, opus 40.
La
"Síntesis Délibes-Saint-Saëns" llevaba ya tres minutos o algo así
cuando la pareja que constituía el principal refuerzo del público restante se
levantó y se fue ostensiblemente.
El
sincretismo fatídico no había tardado en revelar su secreto, aun para un lego
como Oliveira; a cuatro compases de Le Rouet d´Omphale seguían otros cuatro de Les Fillex de Cadix, luego la mano izquierda profería Mon coeur s´ovre à ta voix, la derecha intercalaba espasmódicamente el tema de las campanas de Lakmé, las dos juntas pasaban sucesivamente por la Danse Macabre y Coppélia. Por eso cuando el señor
de aire plácido empezó a reírse bajito y se tapó educadamente la boca con un
guante, Oliveira tuvo que admitir que el tipo tenía derecho, no le podía exigir
que se callara.
10.
Erik Satie. Gnossienne No5.
-En
fin, usted reconocerá que Délibes...
-Un
genio -repitió Berthe Trépat-. Erik Satie lo afirmó un día en mi presencia. Y
por más que el doctor Lacour diga que Satie me estaba... cómo decir. Usted
sabrá sin duda cómo era el viejo... Pero yo sé leer en los hombres, joven, y sé
muy bien que Satie estaba convencido, sí, convencido. ¿De qué país viene usted,
joven?
11.
Joe Jones. You Talk Too Much.
Todo
lo que decía en alta voz hubiera podido decírselo a sí misma, París estaba
lleno de gentes que hablaban solas por la calle, el mismo Oliveira no era una
excepción, en realidad lo único excepcional era que estuviese haciendo el
cretino al lado de la vieja, acompañando a su casa a esa muñeca desteñida, a
ese pobre globo inflado donde la estupidez y la locura bailaban la verdadera
pavana de la noche. "Es repugnante, habría que tirarla contra un escalón y
meterle el pie en la cara, aplastarla como a una vinchuca, reventarla como un
piano que se cae del décimo piso…”.
…le
quedaba sentir, como una última luz que se va apagando en una enorme casa donde
todas las luces se extinguen una por una, le quedaba la noción de que él no era
eso, de que en alguna parte estaba como esperándose, de que ese que andaba por
el barrio latino arrastrando a una vieja histérica y quizá ninfomaníaca era
apenas un doppelgänger mientras el otro, el otro... "¿Te quedaste allá en
tu barrio de Almagro? ¿O te ahogaste en el viaje, en las camas de las putas, en
las grandes experiencias, en el famoso desorden necesario?
12.
Arnold
Schoenberg. Noche transfigurada Op. 4.
Medio
perdido, Oliveira se sacó el agua de los ojos con la mano libre, se orientó
como un héroe de Conrad en la proa del barco. De golpe tenía tantas ganas de
reírse.
"No
hagamos literatura", pensó buscando un cigarrillo después de secarse un
poco las manos con el calor de los bolsillos del pantalón. "No saquemos a
relucir las perras palabras, las proxenetas relucientes. Pasó así y se acabó.
Berthe Trépat... Es demasiado idiota, pero hubiera sido tan bueno subir a beber
una copa con ella y con Valentín, sacarse los zapatos al lado del fuego. En
realidad por lo único que yo estaba contento era por eso, por la idea de
sacarme los zapatos y que se me secaran las medias. Te falló, pibe, qué le vas
a hacer. Dejemos las cosas así, hay que irse a dormir. No había ninguna otra
razón, no podía haber otra razón. “Si me dejo llevar soy capaz de volverme a la
pieza y pasarme la noche haciendo de enfermero del chico." De donde estaba
a la rue du Sommerard había para veinte minutos bajo el agua, lo mejor era
meterse en el primer hotel y dormir. Empezaron a fallarle los fósforos uno tras
otro. Era para reírse.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)