jueves, 1 de septiembre de 2011

Monográfico Daguerrotipo 11. La creación del ICAIC


Tres meses después del triunfo aún inestable de la Revolución, en 1959, se crea con carácter de urgencia el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfico (ICAIC), y con él, 65 años después de ser inventado el cinematógrafo, nace, de manera autónoma y fáctica, el cine cubano. Con la premisa de “conservar la condición de arte en el cine pero al mismo tiempo constituir una llamada a la conciencia y contribuir a liquidar la ignorancia, planteando y formulando soluciones a los grandes conflictos del hombre y la humanidad”, el ICAIC y el cine cubano nacen, tal y como hicieran las vanguardias rusas treinta años antes, como instrumento propagandístico revolucionario y al mismo tiempo como potenciador de nuevos lenguajes y fórmulas visuales y narrativas coherentes con ese nuevo tiempo transformable y lábil para cuya revelación pública se funda.


Es tiempo de nuevos cines no sólo en Europa; las rupturas de las fórmulas clásicas cinematográficas abanderadas por Italia desde finales de los años 40, inicialmente mediante el neorrealismo y continuando más tarde con el “postneorreliasmo” poético o existencial de Pasolini, Antonioni o Fellini, y por Francia y la nouvelle vague, cruzan el Atlántico y se arraigan atendiendo a su idiosincrasia en Latinoamérica durante los años 60, produciéndose un boom de nuevos cines, con intenciones autónomas y autóctonas uniendo a los realizadores en una insistente búsqueda de identidad. Cine de compromiso político y visual, innovador por absoluta necesidad creativa, ajeno intencionalmente a cánones norteamericanos o europeos; sin precedentes.


 “El tercer cine” de Solanas y Getino, el “novo cinema” de Glauber Rocha, Ruy Guerra, Joaquín Pedro de Andrade o Nelson Pereira Dos Santos, la aparición en Chile de Miguel Littin y Raúl Ruiz o en Colombia de Marta Rodríguez y Jorge Silva, trascienden durante los 60 para configurar nuevas y autóctonas formas de denunciar el desequilibrio de desarrollo y hacer público un canto desesperado de boca de los menos favorecidos con un lenguaje creado, y ésta es la novedad, por esos mismos menos favorecidos; nuevos cines que no olvidan que el maestro Buñuel continúa hasta mediados de la década de los 60 realizando, con el más propio y rupturista de los lenguajes, en México absolutas obras maestras como “El ángel exterminador” o “Simón del desierto”.


El ICAIC se propone partir de cero ignorando los escasos y quijotescos intentos por realizar cine que se producen en la isla durante el periodo de Batista, profundizando en el espíritu revolucionario y en su difusión, pero sin obviar, una vez superado los conceptos clásicos del realismo socialista, la autenticidad y la experimentación visual y narrativa. Y esa autenticidad se percibe en toda la producción cubana durante la primera década de su existencia, desde el primer documental realizado bajo el auspicio del Instituto, “Sexto Aniversario” de Julio García Espinosa, hasta los excepcionales filmes de finales de los 60, pasando por todos y cada uno de los noticiarios que el ICAIC realizó con el objetivo de divulgar los triunfos y virtudes revolucionarias por los cines populares y los cines móviles que recorren toda la isla.



De esta primera etapa del ICAIC surge el que se convertirá en el más grande director cubano de la historia: Tomás Gutiérrez Alea (quien realiza el primer largometraje de ficción revolucionario, una revisión cubana del Paisá de Rossellini: “Historias de la revolución”) y asimismo nace la llamada “Escuela documental cubana”, cuyo máximo exponente sería Santiago Álvarez, creador de collages sonoro-visuales de derroche imaginativo en los que conjuga lo político y lo popular y entre los que destaca el considerado primer videoclip de la historia: “Now!” de 1965; denuncia social a los abusos racistas llevados a cabo por las autoridades y cuerpos del orden norteamericanas.


El movimiento cultural creado en torno al ICAIC durante los primeros años de la Revolución, y tristemente estancado a partir de los años 70, se convierte en un punto de referencia esencial para los creadores latinoamericanos que tratan de unificar y articular una ideología comprometida y que a su vez permita soluciones formales diversas y heterogéneas visual y narrativamente, sentando las bases para un cine antineocolonialista de profundo contenido político y alta calidad estética y que, más en concreto en Cuba, alcanza su auge y su posterior decadencia de la mano de la Revolución.

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