domingo, 3 de abril de 2011

Circuncines 8. José Val del Omar en tactil visión

Nuestra historia debería comenzar a principios del Siglo XX en Granada. El adolescente Jose Val del Omar, como muchos miembros de su generación que crecieron al mismo tiempo que el propio cine, comienza a considerar al cinematógrafo como un instrumento de creación artística con el que desarrollar un lenguaje creativo aún por explotar, abandonando pronto la idea comercial, popular y de entretenimiento que del cine se tuvo durante sus primeros años.


Obsesionado con las imágenes, con 20 años, Val del Omar regresa tras un viaje a París,
con una cámara de segunda mano con la que realizará su primer film; una película que él mismo consideró tan fallida, que le llevó, deprimido, a retirarse a Las Alpujarras para meditar. En su vida de anacoreta, a los amigos que recibía les ofrecía una lupa y un imán, en función de la elección del visitante los consideraba o afines a la razón analítica occidental, si elegían la lupa, o al arrebato mágico de oriente si sin embargo elegían el imán. Ya que como buen granadino que llegó incluso a arabizar su nombre, él se consideraba un puente entre ambas culturas.

 
Desplazado a Madrid donde trabaja como vendedor de automóviles, desde 1928, con 24 años, comienza a experimentar obsesivamente con la imagen y el sonido, ideando ya en estos primeros años algunas de las aplicaciones técnicas revolucionarias que utilizaría posteriormente en sus obras más importantes, como el llamado desbordamiento de imagen, consistente en una doble proyección enfatizante en la que junto a la imagen central se proyecta superpuesta una segunda que supera el tamaño de la pantalla, o un sistema de iluminación parpadeante que denominó “visión táctil”.

Llegada la II República y fascinado con el proyecto de Bartolomé Cossío y Giner de los Ríos, Val del Omar se alistó anónimamente junto a muchos otros intelectuales de la época en las Misiones Pedagógicas, aquellas destartaladas caravanas de profesores, artistas y actores que, con un punto entusiasta de sana locura, trataron de llevar la cultura y el conocimiento a todos los rincones de la perdida geografía española.. 


Pero llegó la guerra y pese a que Val del Omar continuó inicialmente con su labor fotográfica, una vez perdida la contienda el granadino tendió de manera progresiva al individualismo y a la autocreación, tratando de pasar desapercibido entre los vencedores.

En estos negros años Val del Omar continúa experimentando por su cuenta con la imagen, ideando nuevos sistemas de grabación y reproducción sonora, patentando películas de celuloide en color, inventando nuevos formatos cinematográficos y nuevas texturas de fotografía y audio, “huyendo como una mariposa del negro de los libros”, como solía decir, “para dirigirse hacia la imagen luminosa”.

Cubismo acústico, desbordamiento de imágenes, sonido diafónico y envolvente, táctilvisión, imagen pictolumínica, serían algunos de los inventos revolucionarios que a partir de 1953 Val del Omar aplicó en la que sería su gran obra: los tres cortos que componen su Tríptico Elemental de España, su manifestación cumbre de la poética y experimental visión que del lenguaje audiovisual siempre poseyó el granadino. 


Su gran obra se mueve en la frontera entre la realidad y el misterio. Tres documentales abstractos, mezcla de ficción no narrativa, realidad y lirismo, en los que persigue de norte a sur, como un  antropólogo enraizado a su tierra, el espíritu mágico de la Península Ibérica. Un cine que bebe de las vanguardias de los años 20 y 30, pero que a diferencia de éstas, sabe complementar la experimentación técnica y el virtuosismo en el montaje con un profundo lenguaje lírico y simbólico, de claro apego a la tierra, a sus tradiciones y a su folclore.

El Tríptico Elemental de España se presenta como un triple intento de comunicar lo inefable a través del simbolismo de los cuatro elementos: agua y aire por Granada, Tierra para Galicia y Fuego por Castilla.

En “Aguaespejo granadino” Val del Omar utiliza la Alhambra, el Sacromonte o el Generalife como referentes de la cultura del agua, mostrando el ciclo diario de la naturaleza; una naturaleza viva y dinámica, cambiante, donde se incorpora el ser humano como un elemento más. 

“Fuego en Castilla”, se revela como un trabajo casi milagroso en el que mediante un juego de sombras, iluminación y montaje, Val del Omar consigue dar vida a las esculturas religiosas de Juan de Juni y Berruguete, en una explosión mística de las tallas, que se muestran eléctricamente expresivas y dolientes, como si un fuego interior las devorara.

“Acariño galaico” cierra la trilogía penetrando en las tradiciones gallegas y su vínculo al terruño, a su mitología telúrica y al poder divino de la piedra y el barro mediante impactantes imágenes paridas por su concepción del cine como fenómeno poético, íntimo y espiritual.


La totalidad de la obra de Jose Val del Omar fue gestada en el laboratorio que éste instaló en su propia casa y que denominó Laboratorio PLAT, es decir: tientos en picto lumínico audio táctil. Un espacio caótico en el que se acumulaban proyectores de todos los formatos, vidrios, diapositivas, espejos, lentes, filtros, obturadores y un sin fin de dispositivos ópticos, mecánicos y lumínicos.

Tan excepcional es dicho Laboratorio que se ha trasladado íntegro al Museo Reina Sofía  con el objeto de que se mantenga, como una obra de arte más, dentro de sus fondos permanentes.

Aquí el programa Circuncines sobre José Val del Omar:

No hay comentarios:

Publicar un comentario