domingo, 13 de febrero de 2011

Circuncines 3. Herzog y Kinski

Nuestra historia debería comenzar en 1955, cuando Herzog, con apenas 13 años, se traslada a Munich con su familia dejando atrás la aldea perdida a los pies de los Alpes, donde ha vivido durante toda su infancia.

El brutal contraste entre el casi salvajismo de sus primeros años aislado en la montaña con el urbanismo de la gran ciudad estimula la vertiente creativa del adolescente y más cuando en la misma pensión donde se aloja, en la habitación de enfrente, vive un incendiario y enérgico actor teatral obsesionado con Brecht, Dostoievski y Jesucristo.


Cuenta Herzog que durante los tres meses que ambos coincidieron en la misma pensión, el actor mantuvo atemorizados al resto de huéspedes con sus excentricidades, como pasearse desnudo por los pasillos recitando monólogos, y con sus continuos ataques de ira que le llevaron a derribar la puerta de su habitación por considerar mal planchadas las camisas o a encerrarse en el baño durante 48 horas hasta destrozar por completo la cerámica y los azulejos.

Aunque Kinski no llegara a percatarse de la presencia del adolescente, Herzog, sin embargo, quedó tan impresionado por la fuerza y la energía de aquel actor que cuando años después le reconoció actuando junto a Maximilian Schell en la película “Niños, madres y un general” la fascinación por Kinski pasó a ser completa.


15 años después de aquel fortuito primer encuentro, cuando tanto uno como otro gozaban ya de cierta fama dentro del cine europeo, Herzog decide, por mera asociación, proponerle a Kinski el papel del megalómano, iracundo y sanguinario conquistador español Lope de Aguirre.

Aquella búsqueda del Dorado a través del río Amazonas no sólo les proporcionará a ambos un lugar sagrado dentro de la historia del cine sino que permitirá construir todo un Universo mitológico alrededor de la relación de amor-odio que comenzó con el rodaje de este film y que se extenderá a lo largo de las 5 películas en las que director y actor acabarán colaborando.

Aguirre, Woyzeck, Nosferatu, Fitzzcarraldo y Cobra verde; obras todas construidas sobre la fuerza desbordante de sus personajes centrales interpretados por Klaus Kinski y sobre la constante búsqueda de imágenes nuevas, visionarias, delirantes y poéticas que Herzog siempre ha establecido como seña de identidad de sus obras.


Pero más allá de los resultados, los conflictos entre director y actor en los rodajes se suceden. Los desproporcionados egos de ambos entran en pugna continuamente provocando los famosos ataques de ira de Kinski, continuas y mutuas amenazas, insultos o sublevaciones.

Cuenta el actor en su autobiografía titulada “Yo necesito amor”, que durante el rodaje de Cobra Verde y antes de que acabara por abandonarlo definitivamente ante el aplauso unánime de todo el equipo, Herzog se le acercó blandiendo una pistola y apuntando a su cabeza le dijo: “si abandonas el rodaje ocho balas serán para ti y la última para mí”. Kinski se le quedó mirando dubitativo e incautamente respondió: “¡pero si una pistola no tiene nueve balas!”.


Esa extraña relación que responde a una enfermiza admiración y odio mutuos y que alimenta el mito de Herzog y Kinski, queda perfectamente perfilada en aquella anécdota que el Director narra en su documental “Mi enemigo íntimo” así como en “La conquista de lo inútil” el diario que Herzog elaboró del épico y demencial rodaje de Fitzcarraldo; y que cuenta que en plena selva peruana y tras un nuevo ataque de cólera de Kinski, el jefe de la tribu india Aguarana, cuyos miembros participaban como extras en la película, se acercó a Herzog y le propuso deshacerse lo más rápidamente posible del endemoniado actor.


Herzog decidió rechazar la propuesta alegando que ya se ocuparía él mismo de Kinski cuando acabara el rodaje. Y si no aceptó la propuesta fue quizás porque desde su propia demencia exhibicionista y megalómana, Herzog fue uno de los pocos que en realidad logró comprender y descifrar la parte más humana y sensible de quien fue su mayor enemigo íntimo.



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jueves, 10 de febrero de 2011

Circuncines 2. Lang y Goebbles

Nuestra historia la deberíamos iniciar a principios de los años 30 en Berlín. Murnau acaba de fallecer en un accidente de tráfico en Santa Mónica, Lubitsch vive cómodamente en Hollywood y Pabst se ha instalado en París, por lo que Fritz Lang es el único de los grandes directores de entreguerras que permanece en Alemania.

Si bien tras el estreno en 1931 de “M el vampiro de Duserdorff”, el director comienza a ser cuestionado y a recibir amenazas de miembros del partido Nacionalsocialista por considerar el film un alegato velado contra las actuaciones del partido Nazi.


Pero Lang no sólo hace oídos sordos a tales amenazas sino que continúa en su empeño de radiografiar críticamente la aplastante subida del partido nazi al poder.

Tal es así que ante el encargo de realizar una secuela de “Mabuse”, Lang, junto a Thea Von Harbou, su esposa y coguionista de la casi totalidad de sus filmes alemanes, decide escribir un guión en el que coloca los principales eslóganes del nacionalsocialismo en boca de un enfermo y demente criminal que vive recluido en un sanatorio psiquiátrico.


Las consecuencias no se hacen esperar. Recién acabada la película y antes de su estreno, algunos miembros del partido nazi acuden al despacho de Lang recomendándole que modifique la trama si quiere llegar a exhibirla.

La respuesta de Lang fue tan prepotente como ingenua: “Si creen que ustedes pueden prohibir en Alemania una película de Fritz Lang, adelante, inténtenlo”; como resulta evidente la película fue inmediatamente secuestrada, quedando Lang tácitamente amenazado por aquel ejemplo de indisciplina nacionalsocialista.

Días después, el director recibe una carta del recién nombrado Ministro de Propaganda citándole en su despacho. Sorprendentemente Goebbles le recibe con muestras de afecto y cordialidad, “Lo siento muchísimo”; le comenta; “pero hemos tenido que confiscar la película. Ése final no nos ha gustado”.


 Lang escucha y calla aunque no puede dejar de pensar en la manera de salir vivo de aquel despacho. “Pero no le hemos llamado para hablar de su última película”, continúa Goebbles; “le diré que tanto Albert Speer como el propio Fuhrer han quedado impresionados con “Metrópolis” y “Los Nibelungos”. Pensamos que usted es el hombre perfecto para llevar a cabo las grandes producciones nazis”.

Lang palidece y mira con cierta extrañeza al Ministro; “me complace su propuesta”, le responde,”pero ha de saber que mi madre es judía”.



Goebbles mantiene la seriedad ante aquella confesión y responde autoritariamente: “a partir de ahora Herr Lang; quién es o no judío lo decidimos nosotros”.

Esa misma noche Lang tomó un tren a París y abandonó Alemania, donde no regresaría hasta más de 20 años después. Allí quedó su compañera Thea Von Harbou; quien se convertiría en una fiel militante del partido nazi.

Nada volvería a ser como hasta entonces para el gran maestro, ya que no lograría encontrar su sitio ni en el París prebélico, ni el Hollywood receloso y MacCartista; ni siquiera en el Berlín de los años 50 que poco quería saber ya del viejo dinosaurio retornado.



Que Lang extrañó durante el resto de su vida aquellos primeros años en Alemania queda probado en el que significó su testamento cinematográfico. En su última aparición en “El desprecio” de Jean Luc Godard, Lang, interpretándose a sí mismo, le responde a Brigitte Bardot que, puestos a preferir, de entre todas sus películas se queda con “M”.

El Circuncines 2:




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domingo, 6 de febrero de 2011

Circuncines 1. Vínculos sobre La Fontana di Trevi

Nuestra historia la deberíamos iniciar a mediados de los años 50. Por entonces Federico Fellini era un habitual de las terrazas de la vía Veneto, donde se reunía la intelectualidad italiana junto a un tropel de famosetes y artistillas ansiosos por ocupar las portadas de las revistas de sociedad.

Todas las noches se repetía el mismo juego de gato y ratón en el que no faltaban las provocaciones, los posados, las escaramuzas y los flashes.



Entre los más activos en el ritual se encontraban la actriz y miss Suecia Anita Ekberg y su marido Anthony Steel, quienes solían regalar a los reporteros gráficos escenas diversas de alcohol, falso orgullo, celos y autopromoción.

En 1958, en uno, de entre tantos muchos, de tales paripés, el fotografo Pierluigi capta a la Ekberg introduciéndose con discreción, risueña y de blanco nuclear, en la Fontana di Trevi.



Aquellas fotografías llegan a los ojos de Fellini quien estaba considerado ya como uno de los directores más importantes del cine europeo tras el éxito de “La Strada” o “Las noches de Cabiria”.

Dicen que cuando Fellini vio por primera vez las fotos de Anita Ekberg exclamó: “es como uno de mis dibujos hecho realidad, es la personificación de mis sueños”. Y concluyó “Dios, haz que nunca llegue a conocerla”.



En este caso Dios no actuó ya que es por todos sabido que Fellini, incapaz de reprimir sus deseos eróticos, decidió incluir en su siguiente film, apenas un año más tarde, una escena ficticia basada en el baño real de la Ekberg.

Esta vez sin paparazzis al acecho, con vestido negro y en actitud desbordantemente sensual, Anita consigue seducir no sólo a un entregado Marcello Mastroiani sino al mundo entero.



 La Dolce Vita es recibida en la sacrosanta Italia con insultos, escupitajos, gritos de “cretinos, comunistas y calaveras” y titulares como el del Oservatore romano que proclama: “Es una obscenidad”.

Fuera de polémicas y censuras el mundo del cine, incluido Cannes, se rinde ante la modernidad de aquellas imágenes visionarias y adelantadas a su tiempo. El eco que la película provoca cruza el Atlántico gracias a sus 3 nominaciones a los Óscars, llegando a oídos diversos, entre ellos los de Alfred Hitchcock.

El director británico se encuentra escribiendo el guión de su nuevo film; una alegoría psicoanalítica en el que sin causa aparente unos pájaros atacan a los habitantes de un pueblecito cercano a San Francisco.

En un momento del film el protagonista, Mitch, lleva a cenar a casa a una joven y millonaria urbanita a quien ha conocido en una pajarería y sobre la que llueven rumores acerca de sus costumbres relajadas. Esta encarnación del pecado acabará por desatar la furia de una madre castrante y posesiva que desembocará en el ataque de los pájaros.

Fascinado por aquella escena de la fuente, Hitchcock decide homenajear abiertamente al director italiano asociando su personaje femenino, interpretado por Tippi Hedren, con aquel otro sensual y libertino que la Ekberg interpreta en La dolce vita; como si una y otra, pese a estar separadas por tres años y un océano, resultaran ser la misma mujer.

Pero las derivaciones cinematográficas sobre la imagen mitológica de la Fontana di Trevi no concluyen aquí. A lo largo de los años numerosas películas han incluido homenajes expresos o soterrados a la escena original de La Dolce Vita. Pero ninguno como aquél que el propio Fellini realizara 27 años después.



En su pseudo documental “Entrevista” el director italiano decide revisitar el mito por él mismo creado, reuniendo, en una de las escenas más hermosas de la historia del cine, a Anita Ekberg y a Marcello Mastroiani frente a la proyección de las iconográficas imágenes de sí mismos en la Fontana di Trevi.

Avejentados y entrados en kilos, los dos actores comparten con nostalgia un mismo ocaso. Una sensación dual de tristeza y orgullo invade por completo el film.



Los dos mitos se cogen de la mano, obligados por el tiempo a sentirse ajenos a aquella otra imagen que la pantalla les escupe de sí mismos pero con 27 años menos. Aquella imagen mitológica sobre la que en los años 60 se construyera toda una simbología relacionada con la libertad, la belleza y la dolce vita…

Circuncines 1 (Todos los miércoles en DcTV):